En 1810, Ludwig van Beethoven acudió a un recital que iba a ejecutar, según le aseguraron, un prodigio de la música. Se trataba de una niña llamada Teresa, la cual tenía fama de pianista prodigio, que en efecto, deslumbró a todos los presentes, hasta que llegó el momento de interpretar una pieza del compositor alemán.
La pequeña se aturdió tanto que se vio incapaz de tocarla y abandonó la sala entre sollozos. Beethoven corrió tras ella y le preguntó el porqué de no haber podido seguir con su pieza. Teresa, limitó a excusarse asegurando que todas sus composiciones eran muy difíciles. Para tranquilizarla, el músico, prometió componerle una sonata sólo para ella.
Y así fue, ya que al día siguiente, la joven pianista recibió una partitura inmortal. Se titulaba “Para Teresa” (Recuerdos del 27 de abril de 1810).
La pieza ha pasado a la historia bajo el título de “Para Elisa”, pero no se sabe bien si por error de algún copista o por la mala caligrafía del genial compositor.
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